A Serena Lightfoot le parecía extraño que siempre que necesitaba ayuda, el cirujano Ivo Van Doelen pareciese tener la solución. Cuando la instaló en casa de su antigua niñera en Chelsea, Serena sabía que no podía quedarse mucho tiempo, ya que corría el peligro de enamorarse de él.
Pero Ivo sabía lo que quería… simplemente necesitaba tiempo para que Serena llegase a conocerlo, y un matrimonio entre amigos le daría ese tiempo. Todo lo que tenía que hacer era convencer a Serena de que aceptase su proposición…
Resumen...
SERENA Lightfoot se despertó con el sol una mañana de abril, y se quedó mirando el techo; ese día cumplía veintiséis años. Aunque no iba a ser un día diferente de los demás; su padre por supuesto no se acordaría, Matthew, su hermano mediano, un párroco que vivía algo lejos y que acababa de casarse, posiblemente le enviaría una tarjeta, y Henry, su hermano mayor, abogado y padre de familia, ni lo pensaría, aunque su esposa probablemente se acordaría. Estaba Gregory, por supuesto, con quien, como se decía antiguamente, «se entendía».
Se levantó. El reloj de la iglesia dio las siete y Serena se vistió y bajó a la cocina a preparar el té.
La cocina era amplia, pero lamentablemente carecía de un equipamiento moderno. Serena dejó que el agua hirviese y fue a la puerta a recoger el correo. Había varias cartas en el buzón, y por un momento se imaginó que todas fuesen para ella. Pero no lo eran, por supuesto: facturas, sobres de aspecto legal, un catálogo o dos, y, exactamente como había esperado, dos tarjetas para ella. Y ninguna de Gregory. Tampoco la esperaba. Él había dejado bien claro en varias ocasiones que no era partidario de malgastar el dinero, incluidos los cumpleaños.
Tengo veintiséis años, Puss, dijo, dirigiéndose a la gata, y como es mi cumpleaños hoy no haré la casa; iré a dar un paseo hasta Barrow Hill.
El señor Lightfoot encajaba en la habitación, con su sombría apariencia de antiguo caballero Victoriano, bigote incluido. Estaba sentado en la cama, sin hablar, y cuando Serena le deseó buenos días, él gruñó.
Buenos para algunos, para los que no sufren como yo.
Le sonrió amablemente; era un viejo tirano, glotón y egoísta, pero le había prometido a su madre que lo cuidaría.
Voy a dar un paseo. Hace una mañana muy bonita...
¿Un paseo? ¿Y voy a quedarme solo?
Bueno, cuando voy a comprar te quedas solo, ¿no? Tienes el teléfono al lado de la cama, y puedes levantarte si quieres. Volveré a la hora del café.
Un hombre estaba sentado tranquilamente en una de las grandes rocas, precisamente en la que ella consideraba suya.
El hombre se había vuelto al oír sus pasos, y se levantó. Era alto, con unos hombros inmensos, y llevaba un atuendo informal. Según se acercaba a él, Serena vio que era un hombre guapo, pero no muy joven.
Ella captó su mirada y dijo con naturalidad:
Cuido a mi padre y llevo la casa.
¿Y se ha escapado un rato?
Pues, sí. Es que hoy es mi cumpleaños...
Entonces debo felicitarla. Supongo que lo celebrará esta tarde con su familia.
No. Mis hermanos no viven cerca.
Ah, bueno, pero siempre está la emoción del cartero, ¿verdad?
Ella asintió tan sombríamente que él se puso a hablar del campo que los rodeaba; una agradable conversación que la alivió, y enseguida empezó a contarle la historia del pueblo, indicándole los lugares importantes.
Pero una mirada al reloj la hizo ponerse de pie.
Debo irme. Me ha gustado hablar con usted. Espero que disfrute de su estancia aquí.
Él se levantó y se despidió de ella con simpatía, pero para desilusión de Serena, no sugirió volver con ella al pueblo.
Según bajaba apresuradamente por el sendero, Serena pensó que había sido agradable. Le había parecido como un viejo amigo, aunque sospechaba que ella había hablado demasiado. Pero qué más daba; probablemente no volvería a verlo. Le había dicho que estaba de visita, y no le había sonado muy inglés...
Llegó a la casa casi sin poder respirar; su padre tomaba el café a las once y faltaban cinco minutos para la hora. Puso la cafetera, sin quitarse la chaqueta, y preparó la bandeja, luego se arregló el pelo y, una vez que se había recuperado, subió a la habitación de su padre.
Estaba sentado en una enorme butaca junto a la ventana, leyendo. Levantó la vista cuando Serena entró.
Ya estás aquí. Ha llamado Gregory. Tiene mucho trabajo. Espera verte el fin de semana.
¿Me deseó feliz cumpleaños?, preguntó ella, dejando la bandeja y esperando con expectación.
No. Es un hombre muy ocupado, Serena. Creo que a veces se te olvida.
Su hermano mayor apareció durante la semana. Sus visitas solían ser poco frecuentes, aunque vivía en Yeovil, pero, según decía, era un hombre muy ocupado.
Tomando una segunda taza de café, Serena dijo:
Me gustaría tomarme unas vacaciones, Henry.
¿Unas vacaciones? ¿Para qué? De verdad, Serena, a veces parece que no tienes sentido común. Llevas una vida agradable; tienes amigos en el pueblo y tiempo libre. ¿Y quién va a cuidar de nuestro padre si te vas?
Unos días después llegó su otro hermano, el mediano. Matthew era una versión moderada de Henry. Iba acompañado de su esposa, una mujer joven con mucho carácter que menospreciaba a Serena.
Henry vino el otro día. Le dije que quería unas vacaciones.
Matthew se quedó pensativo, pero fue su esposa quien habló:
Mi querida Serena, a todos nos gustarían unas vacaciones, pero una tiene sus obligaciones. Después de todo, sólo sois tu padre y tú, y puedes organizarte tu trabajo cada día para hacer lo que te plazca.
Los hermanos de Serena le habían contado a su padre su deseo de tomarse unas vacaciones, y el señor Lightfoot, indignado por lo que él consideraba una total ingratitud, en un ataque de rabia había cambiado su testamento.
El señor Perkins volvió con su secretario al día siguiente y atestiguó su firma, y a los dos días el señor Lightfoot sufrió un derrame cerebral.
Comentarios
Publicar un comentario