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🎧 AudioQuin ✅ La Divorciada Dijo Sí

🎧 AudioQuin ✅ La Divorciada Dijo Sí

Annie y Chase Cooper se vieron obligados a verse en la boda de su hija. Y como padre y madre de la novia, tuvieron que bailar juntos. Cuando la novia decidió que no estaba preparada para embarcarse en una luna de miel, Chase tuvo una brillante idea. Era importante que su hija y su marido comenzaran su vida en común confiando en que el amor podría hacer que su matrimonio perdurara, así que, ¿por qué no fingir que Annie y él estaban pensando en reanudar su relación?
Y Annie se vio arrastrada por su plan sin poder hacer nada para evitarlo.


Resumen...

Por fin, había llegado el día de la boda de su hija y Annie Cooper no era capaz de dejar de llorar. Y allí estaba, en uno de los compartimentos del servicio de señoras de una hermosa iglesia de Connecticut, con un puñado de pañuelos desechables en la mano y los ojos rebosando lágrimas. Todavía era una adolescente, pensó Annie mientras se secaba las lágrimas. Por supuesto, había intentado decírselo la noche que Dawn había aparecido en su casa con una sonrisa radiante en el rostro y la sortija de compromiso que Nick le había regalado en el dedo, pero su hija había replicado con un argumento indiscutible.

No quiero que mi hija pase por lo mismo que yo. Pero, evidentemente, Dawn no tenía la culpa de que el matrimonio de sus padres hubiera terminado en divorcio. Sonidos que desaparecieron en cuanto la puerta se volvió a cerrar. Annie cerró los ojos con fuerza.
Si tú quieres, puedes seguir fingiendo que has olvidado ya cuánto se puede llegar a disfrutar con un hombre, pero yo no pienso hacerlo. Y respecto a cuánto se puede llegar a disfrutar con un hombre, puedes estar segura de que lo sé perfectamente. Dawn sólo es una niña. Annie se quedó completamente paralizada.

Bueno, yo todavía me fijo en esas cosas. Dijo que vendría a la boda de su hija, que no permitiría que nada ni nadie le impidiera estar con ella en un día tan especial. Annie hizo una mueca. Y sabes que ella en ningún momento ha puesto en duda que su padre asistiría a su boda.
Annie frunció el ceño. Pero el que de verdad debería preocuparte es el ministro. Tiene que oficiar otra boda dentro de un par de horas, en Easton. Annie suspiró y se estiró ligeramente la falda.

Annie frunció el ceño, se acercó de nuevo hacia el lavabo y palideció. En fin, siempre se le puede pedir al organista que toque la banda sonora de la Novia de Frankestein. Chase Cooper permanecía en los escalones de la entrada de la iglesia, intentando aparentar que tenía todo el derecho del mundo a estar allí. Cuando Annie había vendido la casa después del divorcio y le había dicho que iba a trasladarse a Connecticut con Dawn, había estado a punto de matarlo del susto.

Y cuando un hombre tiene una mujer y una hija a las que mantener, no puede arriesgarse a algo así. Maldita sea, Annie. Dawn ha crecido aquí. Oh, sí, pensó Chase, moviéndose inquieto y deseando, por primera vez desde hacía años, no haber dejado de fumar.

Sí, Annie no había tardado en vender el piso y trasladarse a la otra punta del mapa, sin duda imaginando que de esa forma no iba a poder ir a visitar a su hija durante los fines de semana. Él había recorrido todas las semanas cientos de kilómetros para ir a ver a Dawn. Adoraba a su hija y ella lo adoraba a él, y nada, absolutamente nada, de lo que ocurriera entre Annie y él, podría cambiar eso. Semana tras semana, había ido hasta Stratham, renovando así los firmes lazos que lo unían a su hija.

Y, semana tras semana, había podido ver cómo su esposa, su ex¬- esposa, se forjaba una nueva y feliz vida. Tenía amigos, un pequeño negocio y, por lo que Dawn le contaba, había hombres en su vida. Bueno, eso estaba estupendamente. Dawn ya era suficientemente mayor como para ir a verlo en avión o en tren a donde él estuviera.

Y, cada vez que volvía a encontrarse con su hija, ésta le parecía más adorable. Chase esbozó una mueca. La culpa la tenía Annie. Si hubiera prestado menos atención a su propia vida y se hubiera ocupado algo más de la de su hija, él no estaría en ese momento allí, vestido de etiqueta y esperando el momento de entregar a su hija a un muchacho que ni siquiera tenía edad suficiente para afeitarse.

Bueno, aquello no era del todo cierto. Nick tenía ya veintiún años. Nick, Nicholas, para ser más exactos, era un joven agradable, de buena familia y un sólido futuro ante él. Lo había conocido cuando había ido con Dawn a pasar un fin de semana a Florida.

Los dos jóvenes se habían pasado horas mirándose el uno al otro como si el resto del mundo no existiera. El mundo existía, y su hija todavía no lo conocía lo suficiente como para saber lo que estaba haciendo. Chase había intentado decírselo, pero Dawn se había mostrado implacable. Legalmente, Dawn ya era adulta, no necesitaba su consentimiento.

Y, como su hija se había apresurado a comunicarle, Annie ya le había dicho que le parecía una idea estupenda. Así que él había tenido que tragarse sus objeciones, le había dado un beso, le había estrechado la mano a Nick y les había dado su bendición. Lo único que podía esperar era que su hija y su futuro yerno fueran la excepción a la regla. Chase miró a su alrededor y descubrió a un joven en la puerta de la iglesia.

«Señor», pensó Chase. Annie se pasó lloriqueando toda la ceremonia. Dawn estaba preciosa, parecía una princesa de cuento de hadas. Y Nick permanecía a su lado con una expresión que hablaba a gritos de sus sentimientos.
La expresión de Chase era igualmente elocuente. El rostro de su marido parecía una máscara de granito. Había sonreído una sola vez a Dawn mientras la acompañaba por el pasillo hasta el altar. Annie había sentido que se tensaban todos los músculos de su cuerpo.

Quizá le pareciera que el traje de novia de Dawn era demasiado anticuado, o que los arreglos florales, de los que se había ocupado ella personalmente, eran excesivamente provincianos. En lo que a Chase concernía, ella nunca hacía las cosas bien. Veía a Chase por el rabillo del ojo, a su lado, erguido y emanando, como siempre, una impactante virilidad. Había habido una época, hacía ya muchos años, en la que estar a su lado, sintiendo su brazo rozando ligeramente el suyo y apreciando la suave fragancia de su colonia, habría sido suficiente para....

Annie se sobresaltó. Las puertas traseras de la iglesia se abrieron de golpe. Se oyó un murmullo de sorpresa entre los invitados. El ministro calló y alzó la mirada hacia el pasillo.
Alguien esperaba en el marco de la puerta. Al cabo de un momento, un hombre se levantó, cerró la puerta y le indicó a la recién llegada que pasara. Annie se sonrojó violentamente. El ministro se aclaró la garganta.

Era interesante ser el padre de la novia en una boda en la que la madre de la misma ya no era su esposa. Entre otras cosas porque Dawn había insistido en que se sentaran los dos en la mesa principal, con ella. Me refiero a que espero que no te importe estar sentado al lado de mamá durante un par de horas. No creía que les costara demasiado intercambiar educadas sonrisas durante un par de horas.

No contaba con encontrarse ante el altar con Annie a su lado. Una Annie con un aspecto sorprendentemente juvenil y, era absurdo negarlo, increíblemente hermosa. De hecho, cuando el ministro les había instado a todos a que se dieran la paz, había estado tentado de rodear los hombros de Annie con el brazo y decirle que no estaba perdiendo una hija, que estaba ganando un hijo. Ambos habían perdido una hija, y todo por culpa de Annie.

Y en el momento en el que se adelantaron para saludar a todos los invitados, se sentía tan malhumorado como un león con una herida en la zarpa. Pero en cuanto habían llegado allí, los habían sentado juntos en la mesa del estrado. Chase sintió que se le helaba la sonrisa en el rostro. Y así debía de haber ocurrido, pues Dawn lo había mirado y había alzado significativamente las cejas.

De acuerdo, Cooper, se había dicho a sí mismo. Miró a Annie y se aclaró la garganta. Annie volvió la cabeza hacia él. Tenía que mantener la calma, se dijo Chase, y esbozó una nueva sonrisa.
De hecho, no sé si te lo habrá comentado Dawn, pero acabamos de firmar un importante contrato. Chase sentía que aumentaba la presión de su sangre. Por educado que pretendiera mostrarse, Annie continuaba mostrándose tan fría como un cadáver. Pero de pronto, asomó a los labios de Annie una auténtica sonrisa.

Annie ni siquiera lo miró. Chase observó al profesor mientras éste se levantaba y se dirigía hacia su mesa. Y aquella sonrisa estuvo a punto de sacar a Chase de quicio. Annie y el profesor se volvieron al instante hacia él.
Chase esbozó una radiante sonrisa. Annie lo miró con una dura advertencia en la mirada que Chase decidió ignorar. Hoffman pestañeó violentamente tras sus gafas. Es mi ex-marido.

Espero que te hayas traído los zapatos de baile, Milton, porque pretendo pasarme toda la tarde bailando. Chase sonrió. Chase se inclinó por encima de la mesa. Annie abrió la boca y la cerró.
Chase curvó los labios en una sonrisa traviesa. En cualquier caso, allí estaba yo cuando de pronto divisé a nuestra Annie, tambaleándose hacia la puerta y agarrándose el estómago como si se acabara de comer un montón de manzanas verdes. Annie se volvió hacia Milton.

La gente empezó a aplaudir mientras Nick abrazaba a Dawn y se dirigía con ella a la pista de baile. Annie le dirigió a Milton una mirada implorante. Ha sido... interesante haberlo conocido, señor Cooper. Pero no tardó mucho en decidir que Chase era el blanco más deseable.
Lo miró mientras Hoffman regresaba a su asiento. Chase sacudió la cabeza. Annie tenía derecho a hacer lo que quisiera y con quien quisiera. Sé lo que te propones, Chase.

Estás intentando arruinar la boda de Dawn porque no he hecho las cosas tal como a ti te habría gustado. Tú querías una gran boda, en una iglesia importante, para poder invitar a tus importantes amigos. Esta boda esta siendo exactamente tal como Dawn quería. Porque si hubiera sido por ti, nuestra hija habría terminado casándose en lo alto de una colina, con los pies desnudos.

El señor y la señora Cooper. Las miradas de Annie y Chase volaron hacia la banda. El director de la orquesta sonreía benevolentemente en su dirección, y los invitados, incluso aquellos que parecían sorprendidos con el anuncio, comenzaron a aplaudir. Pero el aplauso era cada vez más fuerte y cuando Annie miró a su hija en busca de ayuda, ésta se limitó a encogerse de hombros, como si estuviera musitando una disculpa.

Chase se levantó de la silla y le tendió la mano. Annie alzó la barbilla, aceptó su mano y se levantó. Con la furia llameando en sus miradas, Annie y Chase tomaron aire, intercambiaron un par de civilizadas y falsas sonrisas y salieron a la pista de baile.


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